Contigo he pensado montarme en tinta.
Y lo hago describiéndote cárdeno
de interiores animales totales
desde tu ser mismo.
¿Para qué pensar otra vez
en aquella rueda negra de la que
hemos nacido ambos, viviente de Seattle?
De nuevo caeríamos al mismo
sucio mundo de coleópteros
que por ahí, en las entrañas de ellos,
nos arrojan, triste amigo,
a un jardín que tú creaste
con tus años, con tu estómago,
con tus comprensiones distorsionadas
a lo lejos del sol
y de un concierto cancelado.
Cuando me decías
que todos éramos todo lo desconocido,
miraba mi reloj florecido
y te prestaba más atención de mis venas
contra la fuerza oscura
que una copa de champagne trae
a su lado; a tu ámbito total, total.
Pensaríamos dos veces que camisa a cuadros
ponernos en el dolor,
que guitarra destrozar hoy día,
que misterio esconder a tu cigarrillo,
que momento sería el mejor para acariciar
y multiplicar a otros que no son de los nuestros,
pero que han bebido y que nos han sentido
desde un grito ronco y una canción perdida.
Hermano mío,
ya te has ido con un pequeñísimo cañón
entre los ojos de artista y de espectador;
ya no me dirás que nunca lo pensaste,
ya no serás un rayo de sol para Jesucristo;
ahora eres un héroe sin batalla,
un amigo nuevo caminando milenario.
Adiós a mi grunge, lúdico gruñido,
a mí mismo,
estrella voluptuosa de mariposas negras,
vacante de los no nacidos a su derecho,
casa azul y verde sin visitas.
Nos vamos, hermano, nos vamos.